domingo, 28 de enero de 2018

Greenpeace vive del hambre y enfermedad en el Tercer Mundo


No lo digo yo, sino 110 premios Nobel de Medicina, Física y Química que se han dirigido contra la ONG supuestamente ecologista por sus campañas contra los alimentos transgénicos.

Contra la demagogia, datos. El arroz es el producto de mayor consumo en los países del Tercer Mundo, cuyas poblaciones tiene serios problemas de desnutrición y graves carencias de Vitamina A cuya falta produce ceguera, mortalidad infantil y problemas durante el embarazo.

Pues bien, los de Greenpeace no cesan de oponerse al cultivo del arroz dorado, un cultivo transgénico con gran cantidad de Vitamina A que podría evitar esta carencia que sufren 250 millones de personas en África y el Sudeste Asiático. Adelantándome a aquellos que inmediatamente me atacaran por defender a multinacionales que controlan el mundo y tienen como único fin enriquecerse les diré que este alimento NO está sujeto a Patente alguna.

Y es que sorprende la doble moral de estas y otras organizaciones como la Unión Europea, 17 de cuyos Estados tienen prohibido estos cultivos y que sin embargo bien que importan más de 70 productos transgénicos para la alimentación animal y, cosa curiosa, para fabricar los billetes de euro.

En este momento es conveniente que reflexionemos si nuestro planteamiento como europeos que tienen su frigorífico lleno y sus opciones de alimentarse no tiene límites y cuya última preocupación es luchar contra la obesidad, no viene a ser una muestra más de clasismo, colonialismo frente a una población cuya opción vital del día a día consiste en si podrán alimentarse a ellos y a sus familias.

Por ello y ante la amenaza del empobrecimiento y la salinización de los suelos, la escases de fertilizantes y agua dulce-aunque siga lloviendo como siempre somos más seres humanos en el mundo con mayores necesidades de consumo e higiene- no podemos quedarnos en el “postureo” o tic progre mientras la población de África aumenta pero sufre de una alimentación monótona y pobre en vitaminas o metales.

Por ello resulta aún más paradójico que mientras los avances de la transgénica no se discuten en las industrias microbianas o farmacéuticas nos negamos a similares avances en el campo de la alimentación humana y animal como demuestra que ha bastado modificar levemente un solo gen para que nazcan animales resistentes a la peste porcina africana que en el siglo XX a punto estuvo de acabar con la cabaña porcina española.

Y contra ello no caben argumentos simplistas de que el 30% de la producción de alimentos va a la basura ¿acaso estamos diciendo que alimentemos a los negros y amarillos, con todo el deje racista que se quiera, con cabezas o entrañas de pescado y mondas de patatas?

En un mundo en el que las mascotas de los satisfechos y bien alimentados habitantes de Europa comen mejor y más variado que millones de niños y adultos del Tercer Mundo la adopción de transgénicos no es una opción es una obligación moral bastante más efectiva que dale al clic de me gusta en contra del uso del glisofato por el solo hecho de que lo digan los “ecolojetas” de Greenpeace sin pararnos a informarnos de que es y los beneficios que nos proporciona a nuestra vida diaria.

Por ello la próxima vez que vaya a hacer una donación a Greenpeace convendría que pensara por un momento si no estará condenando al hambre o la enfermedad a algún semejante en el Tercer Mundo.

lunes, 22 de enero de 2018

¡Basta de mendigar perdón!


Apenas terminado el último viaje del Papa Francisco a Iberoamérica, al parecer de quien esto escribe la máxima autoridad del catolicismo ha vuelto a cometer el error que viene repitiendo desde el inicio de su papado y que no es otro que seguir pidiendo perdón en nombre de toda la Iglesia católica.

En este caso ha sido con motivo de los abusos a menores por parte de algunos religiosos o laicos pertenecientes a organizaciones católicas.

Y da lo mismo el motivo, puesto que en otras ocasiones lo ha sido por la acción en tiempos pretéritos de la Inquisición en Italia o en España, por conductas aisladas de algunos eclesiásticos en la evangelización de América, la condena a Galileo o la acción u omisión durante el genocidio de los hutus y tutsis en Ruanda, suma y sigue sin tener fin.

Mi hartazgo no supone dejar de reconocer que estos u otros comportamientos individuales hayan tenido lugar sino en que es una postura que en nada ayuda a su corrección y en nada mejora la imagen de la Iglesia católica en el mundo.

Y no lo hace porque respecto a la mayoría de las recriminaciones descontextualizadas o histéricas sobre comportamientos pretéritos y que en su caso debieran ser enjuiciadas conforme a los principios y acciones que regían en cada época, el pedir perdón es inútil e incluso contraproducente y desde luego anti histórico al juzgarlos según los parámetros de nuestra época, por otro lado, tan cambiantes y en algunos casos poco edificantes.

Pero es que además de aquellos comportamientos que pueden situarse en el presente inmediato, a los receptores del mea culpa les trae al pairo las palabras del Papa y en ningún caso estarán satisfechos pues lo que pretenden, con justicia, es la reparación del mal causado con el encauzamiento, y en su caso condena, por los tribunales civiles y canónicos de sus autores.  Y por ello las palabras no son nada si por las autoridades civiles o canónicas no se hace nada para hacerlo efectivo. Por ello las disculpas, de haber quien tuviera que darlas, no debía haberlas verbalizado el Papa Francisco sino en su caso el supuesto arzobispo encubridor chileno y solo sus actos de supuesto encubrimiento y lo de los supuestos abusadores ser objeto de reprobación, enjuiciamiento y en su caso condena.

Pero es que hay más, si todo lo anterior puede predicarse de los supuestos afrentados por actitudes o comportamientos individuales, y muy minoritarios, casi anecdóticos dentro de la masa de creyentes y clero de la iglesia católica, que no decir de todos aquellos colectivos que no paran de clamar para que la Iglesia Católica asuma todo lo malo que en el mundo ha sido.

Estos, las Iglesias anglicanas, indigenistas, animistas, las asociaciones de homosexuales, feministas en sus muy variadas vertientes y un largo etcétera, nunca estarán satisfechos y lo exigirán una y otra vez sin permitir que se olvide la supuesta afrenta puesto que ello los pone en una posición de superioridad moral frente al catolicismo, su obra y las naciones que histórica o actualmente profesan mayoritariamente dicha creencia.

Y es que la verdad es que los supuestos o reales excesos se han dado en todo tiempo y en todo tipo de sociedades y no por ello aquellos que fuimos invadidos por la antigua Roma nos pasamos un día y el siguiente también echando en cara de los actuales habitantes de la ciudad eterna el martirio de Numancia o el asesinato de Viriato. Y no lo hacemos porque aparte de ser un anacronismo,  porque sabemos que buena parte de lo que somos se los debemos a los principios de orden, justicia, organización, derecho y tradiciones que ellos nos enseñaron y nosotros asumimos como propios transmitiéndolos a nuestros hijos.

Pues lo mismo pasa con la Iglesia católica y quienes nos sentimos miembros de ella, que asumimos lo malo, pero también la enormidad de la obra evangelizadora, inspiradora de los derechos humanos, de la dignidad humana que ha supuesto la aplicación y doctrina católica allí donde ha estado presente.

Porque frente a las manchas que pudiera haber en la labor del conjunto lo que sobresale es la defensa de cualquier persona como igual en derechos y dignidad que la Iglesia ha pregonado de todos sin diferenciar raza o condición. De ello el ejemplo más palpable es la defensa de los pueblos indígenas y su cultura en Iberoamérica que se demuestra en la pervivencia de dichos pueblos y cultura quinientos años después del descubrimiento e incorporación  al Imperio español que por cierto siempre defendió el carácter de aquellos como  ciudadanos en igualdad de derechos como cualquier otro habitante del Imperio, cosa que desde luego no pueden decir los nativos de la América del Norte, los negros de África e hindúes que sufrieron la colonización de ingleses, holandeses, belgas y otros que los trataron como razas inferiores cuando no como cosas o peor que cualquier cosa.

Por eso Su Santidad Francisco, en mi nombre nada de pedir perdón.