lunes, 22 de enero de 2018

¡Basta de mendigar perdón!


Apenas terminado el último viaje del Papa Francisco a Iberoamérica, al parecer de quien esto escribe la máxima autoridad del catolicismo ha vuelto a cometer el error que viene repitiendo desde el inicio de su papado y que no es otro que seguir pidiendo perdón en nombre de toda la Iglesia católica.

En este caso ha sido con motivo de los abusos a menores por parte de algunos religiosos o laicos pertenecientes a organizaciones católicas.

Y da lo mismo el motivo, puesto que en otras ocasiones lo ha sido por la acción en tiempos pretéritos de la Inquisición en Italia o en España, por conductas aisladas de algunos eclesiásticos en la evangelización de América, la condena a Galileo o la acción u omisión durante el genocidio de los hutus y tutsis en Ruanda, suma y sigue sin tener fin.

Mi hartazgo no supone dejar de reconocer que estos u otros comportamientos individuales hayan tenido lugar sino en que es una postura que en nada ayuda a su corrección y en nada mejora la imagen de la Iglesia católica en el mundo.

Y no lo hace porque respecto a la mayoría de las recriminaciones descontextualizadas o histéricas sobre comportamientos pretéritos y que en su caso debieran ser enjuiciadas conforme a los principios y acciones que regían en cada época, el pedir perdón es inútil e incluso contraproducente y desde luego anti histórico al juzgarlos según los parámetros de nuestra época, por otro lado, tan cambiantes y en algunos casos poco edificantes.

Pero es que además de aquellos comportamientos que pueden situarse en el presente inmediato, a los receptores del mea culpa les trae al pairo las palabras del Papa y en ningún caso estarán satisfechos pues lo que pretenden, con justicia, es la reparación del mal causado con el encauzamiento, y en su caso condena, por los tribunales civiles y canónicos de sus autores.  Y por ello las palabras no son nada si por las autoridades civiles o canónicas no se hace nada para hacerlo efectivo. Por ello las disculpas, de haber quien tuviera que darlas, no debía haberlas verbalizado el Papa Francisco sino en su caso el supuesto arzobispo encubridor chileno y solo sus actos de supuesto encubrimiento y lo de los supuestos abusadores ser objeto de reprobación, enjuiciamiento y en su caso condena.

Pero es que hay más, si todo lo anterior puede predicarse de los supuestos afrentados por actitudes o comportamientos individuales, y muy minoritarios, casi anecdóticos dentro de la masa de creyentes y clero de la iglesia católica, que no decir de todos aquellos colectivos que no paran de clamar para que la Iglesia Católica asuma todo lo malo que en el mundo ha sido.

Estos, las Iglesias anglicanas, indigenistas, animistas, las asociaciones de homosexuales, feministas en sus muy variadas vertientes y un largo etcétera, nunca estarán satisfechos y lo exigirán una y otra vez sin permitir que se olvide la supuesta afrenta puesto que ello los pone en una posición de superioridad moral frente al catolicismo, su obra y las naciones que histórica o actualmente profesan mayoritariamente dicha creencia.

Y es que la verdad es que los supuestos o reales excesos se han dado en todo tiempo y en todo tipo de sociedades y no por ello aquellos que fuimos invadidos por la antigua Roma nos pasamos un día y el siguiente también echando en cara de los actuales habitantes de la ciudad eterna el martirio de Numancia o el asesinato de Viriato. Y no lo hacemos porque aparte de ser un anacronismo,  porque sabemos que buena parte de lo que somos se los debemos a los principios de orden, justicia, organización, derecho y tradiciones que ellos nos enseñaron y nosotros asumimos como propios transmitiéndolos a nuestros hijos.

Pues lo mismo pasa con la Iglesia católica y quienes nos sentimos miembros de ella, que asumimos lo malo, pero también la enormidad de la obra evangelizadora, inspiradora de los derechos humanos, de la dignidad humana que ha supuesto la aplicación y doctrina católica allí donde ha estado presente.

Porque frente a las manchas que pudiera haber en la labor del conjunto lo que sobresale es la defensa de cualquier persona como igual en derechos y dignidad que la Iglesia ha pregonado de todos sin diferenciar raza o condición. De ello el ejemplo más palpable es la defensa de los pueblos indígenas y su cultura en Iberoamérica que se demuestra en la pervivencia de dichos pueblos y cultura quinientos años después del descubrimiento e incorporación  al Imperio español que por cierto siempre defendió el carácter de aquellos como  ciudadanos en igualdad de derechos como cualquier otro habitante del Imperio, cosa que desde luego no pueden decir los nativos de la América del Norte, los negros de África e hindúes que sufrieron la colonización de ingleses, holandeses, belgas y otros que los trataron como razas inferiores cuando no como cosas o peor que cualquier cosa.

Por eso Su Santidad Francisco, en mi nombre nada de pedir perdón.

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