Apenas terminado el último viaje
del Papa Francisco a Iberoamérica, al parecer de quien esto escribe la máxima
autoridad del catolicismo ha vuelto a cometer el error que viene repitiendo
desde el inicio de su papado y que no es otro que seguir pidiendo perdón en nombre
de toda la Iglesia católica.
En este caso ha sido con motivo
de los abusos a menores por parte de algunos religiosos o laicos
pertenecientes a organizaciones católicas.
Y da lo mismo el motivo, puesto
que en otras ocasiones lo ha sido por la acción en tiempos pretéritos de la
Inquisición en Italia o en España, por conductas aisladas de algunos eclesiásticos
en la evangelización de América, la condena a Galileo o la acción u omisión
durante el genocidio de los hutus y tutsis en Ruanda, suma y sigue sin tener fin.
Mi hartazgo no supone dejar de
reconocer que estos u otros comportamientos individuales hayan tenido lugar sino
en que es una postura que en nada ayuda a su corrección y en nada mejora la
imagen de la Iglesia católica en el mundo.
Y no lo hace porque respecto a la
mayoría de las recriminaciones descontextualizadas o histéricas sobre
comportamientos pretéritos y que en su caso debieran ser enjuiciadas conforme a
los principios y acciones que regían en cada época, el pedir perdón es inútil e
incluso contraproducente y desde luego anti histórico al juzgarlos según los parámetros
de nuestra época, por otro lado, tan cambiantes y en algunos casos poco edificantes.
Pero es que además de aquellos comportamientos
que pueden situarse en el presente inmediato, a los receptores del mea culpa
les trae al pairo las palabras del Papa y en ningún caso estarán satisfechos pues
lo que pretenden, con justicia, es la reparación del mal causado con el
encauzamiento, y en su caso condena, por los tribunales civiles y canónicos de
sus autores. Y por ello las palabras no
son nada si por las autoridades civiles o canónicas no se hace nada para
hacerlo efectivo. Por ello las disculpas, de haber quien tuviera que darlas, no
debía haberlas verbalizado el Papa Francisco sino en su caso el supuesto
arzobispo encubridor chileno y solo sus actos de supuesto encubrimiento y lo de
los supuestos abusadores ser objeto de reprobación, enjuiciamiento y en su caso
condena.
Pero es que hay más, si todo lo
anterior puede predicarse de los supuestos afrentados por actitudes o
comportamientos individuales, y muy minoritarios, casi anecdóticos dentro de la
masa de creyentes y clero de la iglesia católica, que no decir de todos
aquellos colectivos que no paran de clamar para que la Iglesia Católica asuma
todo lo malo que en el mundo ha sido.
Estos, las Iglesias anglicanas,
indigenistas, animistas, las asociaciones de homosexuales, feministas en sus
muy variadas vertientes y un largo etcétera, nunca estarán satisfechos y lo exigirán
una y otra vez sin permitir que se olvide la supuesta afrenta puesto que ello
los pone en una posición de superioridad moral frente al catolicismo, su obra y
las naciones que histórica o actualmente profesan mayoritariamente dicha
creencia.
Y es que la verdad es que los
supuestos o reales excesos se han dado en todo tiempo y en todo tipo de
sociedades y no por ello aquellos que fuimos invadidos por la antigua Roma nos
pasamos un día y el siguiente también echando en cara de los actuales
habitantes de la ciudad eterna el martirio de Numancia o el asesinato de
Viriato. Y no lo hacemos porque aparte de ser un anacronismo, porque sabemos que buena parte de lo que somos
se los debemos a los principios de orden, justicia, organización, derecho y tradiciones
que ellos nos enseñaron y nosotros asumimos como propios transmitiéndolos a
nuestros hijos.
Pues lo mismo pasa con la Iglesia
católica y quienes nos sentimos miembros de ella, que asumimos lo malo, pero también
la enormidad de la obra evangelizadora, inspiradora de los derechos humanos, de
la dignidad humana que ha supuesto la aplicación y doctrina católica allí donde
ha estado presente.
Porque frente a las manchas que
pudiera haber en la labor del conjunto lo que sobresale es la defensa de cualquier
persona como igual en derechos y dignidad que la Iglesia ha pregonado de todos
sin diferenciar raza o condición. De ello el ejemplo más palpable es la defensa
de los pueblos indígenas y su cultura en Iberoamérica que se demuestra en la
pervivencia de dichos pueblos y cultura quinientos años después del
descubrimiento e incorporación al
Imperio español que por cierto siempre defendió el carácter de aquellos como ciudadanos en igualdad de derechos como
cualquier otro habitante del Imperio, cosa que desde luego no pueden decir los
nativos de la América del Norte, los negros de África e hindúes que sufrieron
la colonización de ingleses, holandeses, belgas y otros que los trataron como
razas inferiores cuando no como cosas o peor que cualquier cosa.
Por eso Su Santidad Francisco, en
mi nombre nada de pedir perdón.
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