El pasado
Domingo de Resurrección volvió a llamarme poderosamente la atención la
diferencia entre las palabras y los hechos, como la desmemoria, un titular sin una somera contraposición puede pretender
hacer verdad lo que no lo es, sin ni siquiera,
como sostenía Goebbels, tener que repetir una mentira mil veces para
convertirla en verdad.
Me
refiero a las declaraciones de Iñigo
Urkullu, Jefe del Gobierno de la Comunidad Autónoma vasca y militante del PNV,
al que se le lleno la boca en la última celebración del “Día de la Patria Vasca”
con la siguiente declaración “España tiene un
problema sólo saben decir no”.
No se quedo ahí este representante público si no que añadió
sin empacho “es tiempo de aceptar que Euskadi es la
patria de vascos y vascas para empezar a dialogar, negociar, acordar y
ratificar”.
Dichas
declaraciones serian comprensibles de quien desde el espacio exterior volviera
al Planeta Tierra después de 30 años orbitando a su alrededor y hubiera venido
a aterrizar, digamos, en la sede central del PNV, pero no es el caso.
No podemos
caer en pensar que dicho error es
fruto de la ignorancia pues no puede ignorar quien en 1975, a la muerte de
Franco, tenia 14 añitos, sigo refiriéndome a Iñigo Urkullu, que en aquel entonces España carecía
de una Constitución democrática, de un Estatuto de Autonomía para la Comunidad Autónoma
vasca y que en aquel entonces solo la provincia de Álava, de entre las tres
vascongadas, tenía plenamente vigente el Foro y la hacienda propia por la que
pagaba el “cupo” a la hacienda nacional.
Y digo que no
puede ignorar dichas cosas pues Iñigo Urkullu, al igual que yo y tantos otros
españoles hemos crecido a la par que dichos acontecimientos y conquistas democráticas
y están frescas en nuestra memoria.
Cabe recordar
que en aquel 1975 comenzó un proceso en el que los partidos nacionalistas
tuvieron su participación, la muestra más evidente el Título VIII de nuestra
Constitución y que de dicha base nace la configuración territorial en
Comunidades Autónomas, los Estatutos de las mismas y su órganos de gobierno,
financiación y competencias de que disfrutan todas ellas al día de hoy.
Por todo ello
es difícil, y si se hace cabe reconocer que no se hace desde la verdad que “España tiene un problema sólo saben decir no”. Porque para
cualquiera resulta evidente que quien ha cedido, acordado y otorgado no ha sido
otra que España, encarnada en la soberanía popular de sus Cortes Generales,
quien se ha acercado, y en ocasiones sobrepasado, a las posiciones iniciales
mantenidas por estos mismos nacionalistas que se limitaban en un primer momento
a la puesta en vigor de los Estatutos catalán y vasco aprobados durante la II
Republica. Estatutos que ni de lejos contenían ni tantas competencias ni tantos medios y
con ello tanto autogobierno como se recogen en los actuales Estatutos de Autonomía. Y
ello sin que los nacionalistas hayan abdicado de ni una sola de sus
pretensiones iniciales.
Por todo ello me alegraría que de una vez por todas sea
la soberanía popular española, encarnada por las Cortes Generales y el Gobierno
nacida de ellas, la que diga NO.
Y ello porque la dialéctica nacionalista siempre me ha
recordado un puente colgante sobre un acantilado donde desde una orilla el nacionalismo
animaba a la nación española a acercarse , conceder y acordar desde la seguridad
de la tierra firme en uno de los extremos y era esa nación española la que asumía
los riesgos de la procelosa travesía sin que la otra parte se aventurara ni un
paso en tan arriesgada tarea. Y podían empezar, que no estaría mal, por cumplir
las leyes que nos someten y obligan a
todos, sometimiento a la ley que entre otras cosas caracteriza a un poder democrático
frente a quienes no lo son y es deber de todos recordarle que todos los
españoles llevamos 30 años “negociando, acordando y
ratificando” lo que en las partes que les obligan ellos
olvidan cumplir.
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