Puede que lo que nos quede del
carajal en que nos han metido los separatistas catalanes sea el alivio, las imágenes
de las banderas inundando Barcelona y el descojone ante el papelón de Puigdemont
y su cuadrilla de Pancho Villa tomando las de Bruselas.
Y estará bien porque estos días
de Octubre pueden servir de vacuna para muchas cosas que ha durante años nos
han sonado al “tío del saco” y nos tenían acomplejados.
Pero aun aceptando que hemos
pasado esta gripe, la del 2017, debemos recordar que esta enfermedad, el
populismo y el nacionalismo, mutan constantemente y son tanto o más peligrosas
un año y el siguiente si no se les ponen remedio.
Un remedio que ni siquiera necesita
de reforma constitucional alguna.
La pretendida fuerza del
nacionalismo no ha nacido de la Constitución, ha nacido del sistema electoral,
de las precarias mayorías parlamentarias que han sufrido UCD, PSOE y PP y de la
ausencia de responsabilidad de los partidos de gobierno y oposición, PSOE y PP,
para apartar diferencias en temas esenciales para evitar cesiones continuas de soberanía
y Presupuestos.
Y como dudo mucho de las buenas intenciones,
de la duración de ese espíritu constitucional entre las formaciones
mayoritarias, la solución es modificar la herramienta que lleva a la debilidad
de las instituciones de modo que nunca haya que llegar a cesiones vergonzantes de
soberanía o Presupuesto por motivos de no alcanzar la mayoría parlamentaria suficiente
para formar un gobierno o aprobar un presupuesto.
Por ello lo que urge es modificar
la ley electoral, cambiando el sistema D´Hont por un sistema mayoritario o en
su caso un sistema proporcional en el que los partidos que concurran a las
elecciones tengan que presentar candidaturas en todas las provincias y sacar un
mínimo del 5% de los votos en toda España para obtener representación parlamentaria.
Con ello evitaríamos el chantaje
permanente de los nacionalismos y su capacidad de influencia se ceñiría a las
circunscripciones regionales, donde su atractivo no sería tanto si fueran
incapaces de atraer financiación o inversiones del gobierno de España que,
ahora sí, serían fruto del acuerdo y la cesión ante los intereses generales de
España.
Si solo fuéramos capaces de ello,
al poco veríamos como menguaban estos reyezuelos de taifas.
Y de sobresaliente sería si
aplicando a la inversa el artículo 150.2 de la Constitución que prevé la delegación
a las Comunidades Autónomas de competencias exclusivas del Estado, empezáramos
a revertir para el Estado competencias de las que se ha ido desprendiendo, cuestiones
estas que con demasiada alegría y ligereza se ha dado en los últimos años.
Por ello y ante la fragilidad
humana pongamos límites a la estupidez humana que bien que ha evitado el 155
que nos fuéramos al carajo como nación y sociedad.