En el imaginario popular, y desde
tiempos de Platón, la República se entiende como la forma de gobernar de los
países en los que el pueblo tiene la soberanía y facultad para el ejercicio del
poder, en el que impera la división de poderes, el sometimiento y la igualdad
ante la ley. Y ello porque como ya dijo Aristóteles “Un montón de gente no es
una República”.
Pues esa República se suponía que
era lo que querían imponer Puigdemont y sus secuaces en la comunidad de
Cataluña para alejarse de no sé qué autoritarismo que impera en España entera y
que nos ha permitido gobernarnos desde
1978 en la nación , sus autonomías y ayuntamientos conforme a la voluntad
popular.
Pero hete aquí que por lo pronto
dicha imposición no solo carecía de mandato popular, sino que en las elecciones
del 21 de Diciembre quienes pretendían imponerlo no alcanzaron ni el 50% de los
votos.
Nadie piense que eso desanimo a
los promotores del “proces”, para nada. Voluntad popular ¿para qué?, no hombre
no, aquí el voto de un catalán de pura cepa vale más que el de los demás. Pues
a la porra la igualdad de los ciudadanos y el mandato democrático.
Todavía nos quedaba alguna
sorpresa más con el nombramiento como Presidente autonómico del Sr. Torra que
en su fórmula de aceptación ciño su sometimiento a lo que decidiera la asamblea
autonómica pasándose por el forro el Estatuto y la Constitución con lo que echaba
a la basura de la historia el principio de sometimiento a la ley.
Un principio que supuso en el Occidente
europeo pasar de la monarquía absolutista, la división de la sociedad en
clases-reyes, nobles, clero y pueblo llano-a la democracia liberal como la
entendemos desde la Revolución americana.
Además de ello este fichaje
separatista, el Sr. Torra, ha tenido a bien ilustrarnos sobre el modelo de
sociedad que aspira para los catalanes.
En él lo de no discriminación por
razón de lengua ni se plantea puesto que considera como barbaros y enemigos de Cataluña
a aquellos que, viviendo en cualesquiera de las cuatro provincias catalanas, hablan
español por lo que para sacarlos de su error niega la libertad de elección de
la lengua en la que quieran educarse y comunicarse en el ámbito público o
privado.
Si eso opina de más del cincuenta
por ciento de los catalanes no va a extrañarnos que al resto de los españoles lo
más bonito que nos diga es que somos bestias y ejemplo de cualquier
embrutecimiento, incapaces como nos considera de tener cualquier cualidad
intelectual digna de aprecio.
De todo ello es fácil deducir que
al final la Republica que esas lumbreras separatistas quieren para sus
ciudadanos se parece mucho a la aldea retrograda, triste y pacata de en la que las
Martas Ferrusolas ejercieran como prototipo de la vieja del visillo.
Una República en la que el
derecho al voto lo tuviera en exclusiva el hijo
de vecino que pudiera acreditar no menos de tres generaciones nacidas y que
sin interrupción haya vivido sin salir de Cataluña no fuera a ser que se
contaminara de la influencia externa.
Una República en la que no existiera
división de poderes, donde el gobernante estuviera excluido del sometimiento a
la ley como lo está el ciudadano, una Republica donde por fin el ciudadano
fuera excluido de dicha condición para asumir la de súbdito.
Una República donde la libertad lingüística
quedara excluida sin atender al carácter de lengua materna, una República donde
la libertad de información y comunicación quedara restringida a TV3 y Radio Cataluña.
Una Republica que al modo de
Enrique VIII tendría su propia Iglesia Nacional ajena al concepto de Universal,
fraternidad e igualdad de todos los hombres que tiene la Católica.
Qué triste panorama esa República
que tiene más de autocracia que de cualquier democracia de nuestro entorno. A
eso y no otra cosa aspiran estos mártires de la patria y demócratas de opereta
que predican para los demás las lecciones que se niegan a aplicarse a los
mismos.
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