Tal vez a algún desmemoriado, o
demasiado joven para tener el recuerdo vivo de aquella época sangrienta que
conocemos como los “años de plomo” vera mucho atrevimiento en esta afirmación,
pero a poco que se refresquen los hechos coincidirá en la justicia que
encierra.
Como ministro del Interior desde
el primer gobierno de José María Aznar le toco tomar decisiones muy duras que se revelaron
tremendamente aceradas.
Lo primero que hizo fue desautorizar
los contactos con ETA que mantenía el anterior gobierno socialista a través del
mediador Adolfo Pérez Esquivel, con lo que mandaba un mensaje claro a los
criminales de que perdieran cualquier esperanza de obtener réditos políticos
por su actividad asesina.
Lo segundo fue negarse a los
atajos o guerra sucia y entregar todos los medios personales, materiales y
apoyo político a la acción de Guardia Civil y Policía Nacional, reafirmando su
moral de victoria y la legitimidad de su acción en la persecución del crimen.
Y por último y no menos
importante, rescato el valor y dignidad de las víctimas de los asesinos etarras,
reivindicándolas como personas y por su labor de sostén moral de una sociedad
que luchaba contra los que pretendían imponer sus ideas con la exclusiva fuerza
de las armas amordazando las libertades más esenciales de los españoles.
A resultas de ello no tardaron en
llegar los éxitos aún acompañados de dolorosas perdidas. La liberación de
Ortega Lara tras 532 días de secuestro fue un revulsivo y un rearme moral de
los españoles que los asesinos etarras quisieron quebrar con el secuestro y
asesinato de Miguel Ángel Blanco.
Sin embargo, los asesinos etarras
cosecharon lo contrario de lo que pretendían pues los españoles
perdieron el miedo, la rabia inundo sus corazones ante tamaño desprecio a la
vida humana y de ello surgió un rechazo unánime a ETA y sus cómplices que permanece
hasta hoy.
El resto, la persecución y acoso
del aparato de financiación y propaganda, la desaparición de la kale borroka en
las calles de las provincias vascas y por fin la “tregua trampa” de los etarras
no fueron sino consecuencia del agotamiento de los asesinos a resultas de las
sucesivas capturas de sus cúpulas, la desaparición del santuario francés,
fueron consecuencia de que los sucesivos ministros del Interior del PP
continuaron lo que él puso en marcha.
No acertara aquel que crea que
poner a Jaime Mayor Oreja en cabeza suponga relegar o minusvalorar el
sacrificio de la Guardia Civil, la Policía Nacional, los ertzainas, políticos
socialistas, populares y ciudadanos que sufrieron directa y sangrientamente la
acción de los asesinos etarras. Lo que pasa es que fuerzas de seguridad y
ciudadanos veníamos sufriendo a los asesinos desde hace más de cuarenta años y
en esos años nadie como él desde el Ministerio del Interior supo poner las
bases de la derrota de ETA.
Los instrumentos, la dignidad, la
memoria, la legalidad y la acción constante sin desaliento por los tropezones momentáneos
estaban a disposición de quien quisiera usarlos y sin embargo hasta que Jaime Mayor
Oreja los tomo como bandera de su acción política la victoria no estuvo cerca.
Por ello mi reconocimiento, memoria
y agradecimiento por su labor y la de los casi mil asesinados por ETA, los
guardias, policías, políticos y españoles que entregaron su vida y su esfuerzo
para acabar con estos asesinos.
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