Si no fuera por
el daño que ha hecho y el que parece empeñado en continuar haciendo el
personaje no merecería mayor atención. Pero hete ahí que, aun siendo un
mentiroso manifiesto, un incompetente peligroso hay un buen número de catalanes
que parecen abonados a abundar en el error y mantienen la intención de votarlo.
Puigdemont en cualquier estudio
de psicología e ingeniería social aparecería como el cumplimiento superlativo
del Principio de Peter, aquel porque el incapaz, el inane, o más sencillamente
el peor de los sujetos puede escalar hasta lo más alto de la jerarquía política
para hacer realidad de aquello de cuanto peor, mejor.
Su propio acceso a la presidencia
de la Comunidad Autónoma catalana ya fue de traca. Aupado por los antisistema
de la CUP se convirtió en el brazo ejecutor de su mentor Artur Mas a la vez que
supeditaba su acción de gobierno al delirio separatista de aquellos que
reclamaban la Republica catalana “aquí y ahora” sin más propósito que romper la
convivencia de todos los españoles y poner patas arriba nuestro sistema
político a ver si con este cuanto peor mejor sus colegas de Podemos se hacían
con las riendas del poder político en lo que restara de España.
En estos años ninguna mejora se
conoce en la educación, sanidad o economía catalana. Todos sus afanes,
esfuerzos y presupuestos han ido encaminados a la misma idea, el soborno de
aquellos que viéndose “regados” con subvenciones, mejores sueldos, promociones
profesionales vinculadas a su implicación con el proceso separatista y
excluyente, realimentaban el fenómeno de manera exponencial.
Y todo ello para después de tanto
afán concluir en la nada. Mucho ruido... y no es que haya habido pocas nueces,
es que han estado a punto de secar el árbol, como demuestran las
deslocalizaciones de empresas, la perdida de inversiones, la bajada de ventas,
alquileres y lo que es peor la generación de un enfrentamiento entre vecinos
que tiene trazas de continuar durante mucho tiempo.
Si esto fuera poco nuestro prófugo
de la justicia está aquejado del complejo de Peter Pan, aquel niño vestido de Robín
Hood que se negaba a crecer. Y es que, comprobada su más absoluta soledad,
abandonado por todos aquellos que le daban palmaditas en la espalda y le decían
“pa´lante muchacho, tu puedes” prometiendo no sé qué apoyos o mediaciones internacionales
arremete contra la democracia, justicia española o la mismísima Unión Europea.
Como otros muchos juguetes rotos
de la política no se sabe muy bien si lleva a la risa o a la pena. Aunque pensándolo
mejor son los catalanes en los que aún encuentra apoyo quienes más pena me
dan por su ceguera voluntaria y su nula voluntad de enmienda, va a ser verdad
que lo que de verdad necesitan son trenes llenos de psiquiatras.