Ocurre en multitud de ocasiones que aquel que nunca ha
creado nada, que en su vida ha tenido que levantar la cancela de un negocio o
madrugar para acudir religiosamente a su trabajo es el mismo que encuentra
siempre tiempo para criticar a los que por su esfuerzo sonríe la fortuna.
En su ánimo no anida la sana envidia del que empujado
por ese ejemplo encuentra fuerzas para intentarlo él también y poner en marcha
un negocio, una carrera profesional o un honrado oficio, no, muy al contrario,
en él nace el rencor, el deseo de revancha contra alguien o contra algo por el
simple hecho de destacar y en ese deseo de revancha no pondera el esfuerzo que
el otro ha puesto en su tareas, los sacrificios que ha debido de asumir y
aquellos placeres inmediatos a los que ha tenido que renunciar para alcanzar su
meta.
Son estos los mismos que sospechan siempre de las
nobles intenciones, de los gestos generosos y de las iniciativas filantrópicas
y ante todas ellas siempre saca a relucir lo mismo “algo querrá sacar”, como si
la recompensa al esfuerzo y al capital invertido, asumiendo el riesgo de su
perdida, no mereciera más recompensa que el desprecio.
Esto y no otra cosa es lo que ha pasado con la
iniciativa cultural de Antonio Banderas para Málaga. Recuperar un inmueble ruinoso
para el Ayuntamiento y la ciudad ¿les suena a la Gavidia?, poner 13 millones de
euros para rehabilitarlo y llenarlo de contenidos y explotarlo de manera que no
solo no cueste un euro al presupuesto municipal, sino que suponga una fuente de
ingresos para el Ayuntamiento y la ciudad, sin contar con la repercusión
internacional que conseguiría la ciudad de Málaga por venir avalado por Antonio
Banderas.
Pues nada de esto parece parecerle bien a quienes
están acostumbrados a que todas sus ocurrencias las pague el presupuesto, los
ciudadanos con sus impuestos, a quienes no se les conoce una iniciativa en
positivo a favor de las fuentes de desarrollo de su ciudad, provincia y nación,
quienes gastan a manos llenas de lo que no es suyo y en su boca no hay una
palabra que no sea como el riau riau pamplonica de “todos queremos
más” a costa de hacer menos.
Es por ello que desde aquí proclamo mi envidia sana por personas como
Antonio Banderas que tratan de devolver a su ciudad y sus vecinos parte de su
cariño, de su añoranza por los buenos ratos vividos y por el amor a sus calles
y costumbres con actos de generosidad que mejoren el día a día de sus vecinos,
y mi más profunda envidia de que eso no se dé en la ciudad de Sevilla.
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