En la joven democracia que es aun España, estamos pasando el
sarampión de los estados de opinión. De lo que sale en los medios de
comunicación, las redes sociales, la extrema relevancia del sentimiento, el eslogan
y su prevalencia pública frente a la razón y los tozudos hechos.
De un tiempo a esta parte los españoles, los ciudadanos, sus
gobernantes, los medios de comunicación toman demasiado en consideración los trending
topic o tendencias.
No están tan lejos “los tiempos de hierro” del terrorismo de ETA y los GRAPO cuando se nos repetía, y asumíamos,
que no era bueno gobernar ni legislar “en caliente” para no autorizar la pena
de muerte para esos asesinos. Igual imprecación se viene repitiendo cuando los
crueles crímenes sobre niños o jóvenes nos provocan igual reclamación sobre ese
particular tipo de delincuentes.
Y es lógico. Los sentimientos se enervan pero el tiempo lo atenúa
y se analiza la propuesta con mayor perspectiva y mesura. Y no es que me
espante la pena de muerte pero si trato de evitar el linchamiento, esa es la
diferencia entre el estado de Derecho y
el populismo, la anarquía o la arbitrariedad.
Si esto es así, o debiera serlo, resulta un despropósito ver a diario
como políticos, medios de comunicación y los responsables gobiernos de
municipios, autonomías y del Estado están pendientes en demasía de la “tendencia” en las redes sociales sobre
tal o cual tema.
Este seguidismo hace que movimientos o acontecimientos de una
dimensión muy limitada tengan una repercusión multiplicadora que genera una
apariencia de “tsunami” que genera debates artificiales, temores infundados y
lo que es peor provoca una toma de decisiones coyunturales y cortoplacistas
ajenas al interés general a la vez que desorientadoras para la mayoría de los
ciudadanos.
Pongo por caso las “reuniones” a favor de la Republica en las
ciudades españolas. Escasamente han congregado a más de 40.000 personas en toda
España, menos público del que cada semana logra reunir un partido en el
Santiago Bernabeu o el Nou Camp, y sin embargo dicho tema llena los medios de comunicación
escritos, radiados y televisivos aparte de las tertulias de café en toda
España.
Frente a ello, y en demasiadas ocasiones, se ha silenciado
manifestaciones reiteradas y multitudinarias como eran las de las víctimas del
terrorismo, contra el aborto, a favor de la Constitución española y otras en
las que he participado o no, pero que reunían en un solo momento y lugar a
cientos de miles de personas sin que por ello suscitaran ni una mención en los
medios de comunicación.
Refuerza ello la idea de que unos hechos equiparables suscitan
distinta atención no por ello tienen mayor o menor seguimiento popular, los
diferencia la instrumentalización y el marketing.
No obstante esta situación necesita un caldo de cultivo. Precisa
de una crisis de valores e ideas comunes, de una educación laxa que ante el
fracaso escolar no tiene más salida que los “aprobados por decreto” antes que
la motivación del alumnado y magisterio, antes que la promoción del esfuerzo y
el talento. Requiere de años de aborregamiento, de “pan y circo” a manos llenas
donde al ejercicio de un derecho no se requería el cumplimiento de deber o
compromiso alguno.
En definitiva requiere del triunfo del individualismo, de la búsqueda
de la satisfacción de nuestros deseos de manera inmediata, del nihilismo,
del narcisismo y de la negación del bien
o el interés común ante el que sacrificar los anhelos de uno mismo a favor de
los demás. Es la crisis de las vocaciones en todo sentido y ámbito.
Este es un cáncer que corroe cualquier nación o institución pues
le arrebata la cohesión, la seguridad en sí misma, haciéndole retroceder ante
cualquiera reclamación por peregrina que sea o con independencia de su respaldo
por el solo motivo de que carece de razones, principios y apoyos ciudadanos que
oponerle.
Es por ello que a falta de estadistas, las organizaciones y
partidos mayoritarios han de llegar a consensos básicos y mínimos pero esenciales.
Han de restablecer la seguridad ante las “líneas rojas” que otros pretenden
sobrepasar, han de restablecer la confianza en la ley y en que su cumplimiento está
asegurado.
Si se quiebra la confianza en la ley, en la autoridad que
garantiza su cumplimiento, simplemente nos desmoronáremos ante el primer embate
y daremos paso a la arbitrariedad, a la anarquía, y el imperio de la ley, el
Estado de Derecho, dará paso al caos, la ley del más fuerte y el populismo haciéndonos
añorar al poco cualquier tiempo pasado como mejor.
Por ello es tiempo de acuerdos, de política con mayúsculas, de renuncias
por unos y otros a favor de todos, si llega el caso de una “Gran Coalición”. Puedo no haber compartido la política y las
ideas de Felipe González , usted lector puede no haber compartido las de Aznar, Suarez, Calvo Sotelo, Tarradellas,
pero ante sus trayectorias, sus legados, los Pablo
Iglesias y Mas de hoy no dan ni para una
mala caricatura.
Y Rajoy, Rubalcaba o quien le suceda tendrán el apoyo de esa
aplastante mayoría de españoles que cada día madrugamos para procurar lo mejor para
nuestras familias y el resto de los españoles, aunque no tengamos cuenta en
facebook o twitter.
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