Resulta
sorprendente el revuelo que ha suscitado la propuesta de Rajoy para la reforma
de la ley electoral con vistas a la
elección de Alcalde, o no, como diría el gallego.
Quienes más
protestan airadamente son los que tienen más que perder. IU, PSOE y los
partidos minoritarios que han hecho de la elección de Alcalde en los municipios
un reparto de poder, todo antes de que gobernara el PP.
En Andalucía
tenemos ejemplos cercanos como el del PA que servía igual para un roto que para
un zurcido sin importarle a quien apoyaba con tal de ocupar siempre la Delegación
de Urbanismo. En Sevilla se beneficio de ello tanto el PP de Soledad Becerril
como el PSOE de Sánchez Monteseirin.
Resulta lógico
que proteste la Presidenta de la Junta de Andalucía pues lo es sin haber ganado
las elecciones. Pero es que tampoco las gano quien le cedió el sillón, Griñan,
que perdió ante Javier Arenas las últimas elecciones autonómicas andaluzas.
Es lógico que
proteste IU pues sin ese y otros muchos pactos de perdedores no hubiera, por
ejemplo, gobernado 8 años con el PSOE en Sevilla o no detentaría la
Vicepresidencia, Consejerías y otras canonjías en Andalucía.
Pero no es
lógico que lo haga el PSOE a nivel nacional cuando llevaba esta propuesta en su
último programa electoral.
No es lógico
que quienes lo critican lo hagan por no ser democrático, ¿no es una democracia
Francia donde lleva años funcionando con éxito?
No es lógico
tampoco que se critique por presuponer que ello le iba a permitir al PP
mantener un buen número de Alcaldías, ¿es buena una cosa o no según los efectos
que en un momento determinado tenga? ¿No será que algunos le tienen miedo al
principio de un hombre un voto y prefieren los arreglos de despacho?
Se podrá
discutir si a una o dos vueltas.
Yo soy de los
que piensan que mejor a dos vueltas pues debe dejarse al ciudadano decidir a la vista de los resultados y de las alianzas
o apoyos posteriores que sean públicos.
Quien tema
como algunos la formación de un “Frente Popular” revela tener muy poca
seguridad en sí mismo o muy poca fe en la capacidad de discernir y elegir del
ciudadano.
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