Como católico tengo que lamentar
la actitud del Papa en su visita a Cuba.
No tuvo un recuerdo, una mención
ni un momento para los disidentes y sin embargo le endulzo el oído a la
dictadura más larga y cruel de Iberoamérica y se fue de visita a ver a Fidel, su máximo
exponente.
Y no hay excusas.
No las hay cuando se dice, y práctica,
el defender a los más débiles. En Cuba lo son todos los cubanos, privados de libertad
de expresión, de movimiento, de voto, de manifestación, etc.
Un país donde se reprime, golpeándolas
y deteniéndolas, a las madres y mujeres de los opositores encarcelados, las
damas de blanco.
Un país, Cuba, donde se envía a
prisión por motivos ideológicos, sexuales.
No exculpa esa “rajada” el que
otros, Fraga, González, Zapatero, lo hicieran antes, lo agrava pues es
hora de cambiar esa complacencia ante un régimen autoritario que ejerce su
represión a diario con el silencio, cuando no el aplauso, del resto del mundo.
El Papa no demostró valentía ni
compromiso alguno en Estados Unidos donde denuncio el tráfico de armas, el
aborto. Decir esas cosas en una democracia de más de 200 años, donde la
libertad y la vida están garantizadas no tiene mérito.
El Papa perdió una ocasión de oro
para hacer oír la voz de los más débiles de Cuna. La perdió ¡Y lo sabe!
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