En cuanto al
desaprovechamiento de la experiencia de los ex Presidentes de Gobierno a los
españoles solo parecen superarnos los mejicanos. Y es que es conocido que
cuando en Méjico un Presidente sucede a otro le busca como destino la embajada
más alejada de Méjico DF, su capital.
Aquí sin
llegar a ello sí que es verdad que no le sabemos sacar todo el jugo que su
conocimiento, contactos y experiencia pudieran dar al conjunto de los
españoles. Todo lo más los apartamos en el Consejo de Estado y sirven esporádicamente
para que sus opiniones ataquen la línea oficial del mismo partido en el que
militan o de sus máximos dirigentes.
Tengo que
reconocer por ello cierta envidia de
otra forma de entender la política en la que quien la encarna es capaz de subir
y bajar en el escalafón sin que ello produzca el menor desdoro para el interesado.
Casos como el de Andreotti en Italia, eterno componente como Jefe o ministro de
innumerables gobiernos, Alain Juppé en Francia, Jean –Claude Juncker, o tantos
otros en los Países Bajos, Bélgica o Suecia, son comunes y les iguala el que su
merito y capacidad los hace a lo largo del tiempo merecedores de ejercer muy distintas funciones para aprovechar su
experiencia.
Soy de los que
cree que Felipe González y el mismo Alfonso Guerra, Aznar y un largo etcétera (excluyo a Zapatero, no sé
si por tenerlo muy fresco o por creerlo irrecuperable) ejercerían ahora, después
de haber estado en el gobierno y haber transcurrido unos años, mucho mejor sus
responsabilidades.
El tiempo
atempera las pasiones, da perspectiva e incluso nos hace reconocer los meritos
del adversario. No otra cosa hace estos días el ex Ministro socialista Carlos
Solchaga en las páginas de ABC cuando afirma “las reformas estructurales no han
ido mal en líneas generales, aunque mi partido no las comparta”.
Con esto
reclamo algo que en España con demasiada prisa se desprecia, el valor de la experiencia,
la madurez. Nos inflama el deseo de lo nuevo, lo desconocido, cuando no suele
ser buena fórmula para el gobierno de todos.
Ese continuo
aupar para después dejar caer a las “caras nuevas” no es sino un signo más de
nuestra inmadurez que debemos empeñarnos en corregir, ante todo porque si la pirámide
generacional sigue invirtiéndose con la caída de la natalidad pronto no
quedaran jóvenes a los que aupar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario